“DECÁLOGO DEL MAESTRO”
- AMA. Si no puedes amar mucho, no enseñes a niños.
- SIMPLIFICA. Saber es simplificar sin quitar esencia.
- INSISTE. Repite como la naturaleza repite las especies hasta alcanzar la perfección.
- ENSEÑA. Con intención de hermosura, porque la hermosura es madre.
- MAESTRO. Se fervoroso. Para encender lámparas basta llevar fuego en el corazón.
- VIVIFICA. Tu clase. Cada lección ha de ser viva como un ser.
- ACUÉRDATE. De que tu oficio no es mercancía sino oficio divino.
- ACUERDATE. Para dar hay que tener mucho.
- ANTES. De dictar tu lección cotidiana mira a tu corazón y ve si está puro.
- PIENSA. En que Dios se ha puesto a crear el mundo de mañana
LA ORACIÓN DE LA MAESTRA
¡Señor! Tú que enseñaste, perdona que yo enseñe; que
lleve el nombre de maestra, que Tú llevaste por la Tierra.
Dame el amor único de mi escuela; que ni la
quemadura de la belleza sea capaz de robarle mi ternura de todos los instantes.
Maestro, hazme perdurable el fervor y pasajero el
desencanto. Arranca de mí este impuro deseo de justicia que aún me turba, la
protesta que sube de mí cuando me hieren. No me duela la incomprensión ni me
entristezca el olvido de las que enseñé.
Dame el ser más madre que las madres, para poder
amar y defender como ellas lo que no es carne de mis carnes. Alcance a hacer de
una de mis niñas mi verso perfecto y a dejarte en ella clavada mi más
penetrante melodía para cuando mis labios no canten más.
Muéstrame posible tu Evangelio en mi tiempo, para
que no renuncie a la batalla de cada hora por él.
Pon en mi escuela democrática el resplandor que se
cernía sobre tu corro de niños descalzos,
Hazme fuerte aun en mi desvalimiento de mujer, y de
mujer pobre; hazme despreciadora de todo poder que no sea puro, de toda presión
que no sea la de tu voluntad ardiente sobre mi vida. ¡Amigo, acompáñame!,
¡sosténme! Muchas veces no tendré sino a Ti a mi lado. Cuando mi doctrina sea
más cabal y más quemante mi verdad, me quedaré sin los mundanos; pero Tú me
oprimirás entonces contra tu corazón, el que supo harto de soledad y desamparo.
Yo sólo buscaré en tu mirada las aprobaciones.
Dame sencillez y dame profundidad; líbrame de ser
complicada o banal en mi lección cotidiana.
Dame el levantar los ojos de mi pecho con heridas al
entrar cada mañana a mi escuela. Que no lleve a mi mesa de trabajo mis pequeños
afanes materiales, mis menudos dolores.
Aligérame la mano en el castigo y suavízame más en
la caricia. ¡Reprenda con dolor, para saber que he corregido amando! Haz que
haga de espíritu mi escuela de ladrillos. Le envuelva la llamarada de mi
entusiasmo su atrio pobre, su sala desnuda.
Mi corazón le sea más columna y mi buena voluntad
más oro que las columnas y el oro de las escuelas ricas.
¡Y, por fin, recuérdame, desde la palidez del lienzo
de Velázquez, qué enseñar y amar intensamente sobre la Tierra es llegar al
último día con el lanzazo de Longinos de costado a costado!